Silencio – ¿Qué oye un buen cuadro al ser admirado?

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Mira que es curioso definir qué es el silencio. Tal vez durante la noche, mientras duermes, lo oyes en tus adentros. Debe ser la banda sonora de nuestros sueños. También susurraba el silencio cuando aún no habías nacido, así como lo seguirá haciendo cuando te hayas muerto. No es la ausencia de sonido, sino el son del vacío, cuando el mundo calla entero ante un prodigioso atardecer, así como el bostezo del alba declina sus notas ante los incipientes atisbos del Sol.

Silencio debe ser esa estrella fugaz que rasga el firmamento ante tu boca abierta, esperando un eco que no llega nunca, esa arpa tuya incapaz de vibrar sus cuerdas vocales al erizarse el vello de tu nuca, el pulso del viento cuando no encuentra árboles a su paso, las dunas del desierto moviendo sus olas creciendo, creciendo.

El silencio está en el fondo del mar, oscuro y frío, allí donde nunca llegarás, allí donde nada a sus anchas la nada. También debe reinar en el inmenso espacio entre las galaxias donde se baila un vals sin parejas, sin testigos; una paz sin vencedores ni vencidos, aroma limpio sin retumbo alguno de tambores, sin gaitas al ataque, sin corneta de allá vamos. Así da fe de ello el sigiloso aleteo del búho.

Silencio es la agrura de los besos no dados, morderse uno la conciencia soportando el peso del hastío sin decir ni pío. Para ver, al final, que sobre las hojas de tu biografía no hay más que rocío.

Se rinden honores al silencio devorando un poema de Neruda, silencio es ese poso que inunda el cuerpo tras acabar su canción tu ángel de la guarda, esa estrella que te guía y te deja abandonado al asomar, otra vez, el día.

¿Qué oye un buen cuadro al ser admirado?

No guardes silencio, provócalo.

Eso, para mí, es el silencio.

Autor: Ricardo Diarian Sancho

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