Dos años antes de la pandemia, el Instituto Nacional de Salud Mental de los E.E.U.U. estimó que uno de cada cinco habitantes sufría de ansiedad. Al hacerse ahora un estudio similar, probablemente este índice sería más alto. Uno de los primeros estudios realizados en China, el lugar del primer brote de coronavirus, halló que un tercio de la población padecía de algún grado de ansiedad. Al estrés sostenido de la vida contemporánea se suma ahora la incertidumbre, un generador natural de temores y angustias.
El ser humano necesita seguridad y control. Justamente lo que no puede tener en la nueva normalidad. Los datos y previsiones cambian día a día. Las noticias catastrofistas nos dejan una huella más duradera que cualquier rayo de esperanza. Este contexto hace que estemos viviendo en la era de la ansiedad. Y, dado que no hay soluciones inmediatas, tenemos que hacernos amigos. Esa sería la respuesta de anticipación involuntaria frente al peligro, sea real o imaginario.
Todo el mundo ha sentido alguna vez estos síntomas: sudor, frío, palpitaciones, mareo o sensación de ahogo. La ansiedad se manifiesta en múltiples formas para alertarnos de un peligro inminente. Así podemos preparemos para la amenaza. Pero por muy preocupante que sea la situación actual, la ansiedad no nos ayudará precisamente a afrontar los retos de un mundo inestable y cambiante.
Información. Un exceso de acontecimientos están sucediendo. Y eso puede alimentar el pánico. Limitar la exposición a las noticias sería un primer paso. En especial, antes de acostarnos deberíamos desconectar del ajetreo del mundo para no llevar preocupaciones a la cama. Si nos sentimos demasiado agitados, hay que ocuparnos com algo agradable. Así podríamos recuperar nuestro equilibrio.
Hábitos. Aunque hay perfiles psicológicos que tienden más a la ansiedad, algunos factores contribuyen a que se dispare con más facilidad. Los más obvios serían los excitantes. El consumo continuo de café, té, refrescos y bebidas energizantes sube nuestro estado de tensión. Una agenda demasiado llena, junto con una alimentación rápida de baja calidad y dormir menos de siete u ocho horas al día acabaría en desatar una tormenta perfecta.
Resumiendo: limitar los excitantes, gestionar bien el tiempo, comer sin prisa y saludablemente y no escatimar el descanso nocturno es la mejor fórmula anti-ansiedad. Un poco de deporte suave sería la guinda.