La necesidad de escribir estaba tan viva que bajo la tumultuosa emoción del momento decidí matarla. Todo lo que quedaba en mí era su esqueleto, del cual trato de no extraer la necesidad, porque todavía está dispersa en mi ser, sino el talento, porque si alguna vez estuvo realmente aquí, ciertamente huyó, derrotado por la neurosis de la derrota. No sé por qué estoy tratando de matar las últimas cosas que quedan vivas dentro de mí. ¿Eso me hace un artista asesino o un salvador de talentos que entró en un cuerpo controlado por un cerebro que no sabe cómo manejarlo? O, si alguna vez hubiera estado aquí, la prueba habría sido las páginas llenas de palabras, que una vez que empiezo a leer siento la necesidad de ponerlas a un lado.
“Tú pusiste fin a una creación”, como dijo un gran filósofo, “no cuando estuvo completa, porque su fin podría venir después de la muerte del artista, sino cuando estuviste cansado de ella”. Escribir sobre mis propias emociones, estar harta de mi arte, es demasiado poco para decir.
Odio, dolor, molestia y otros más son sentimientos que el arte me transmite.
No puedo acabar con ellos, porque poner fin a mi vida expresada a través del arte significaría poner fin a mis propios sentimientos, y estos deben suceder en orden inverso: escribir, bendecir y castigar al mismo tiempo. Si escribo ahora, ¿qué hago? ¿Voy al cielo o voy a la clandestinidad?
No escribir, como me he dicho a mí misma innumerables veces, es como renunciar a una última oportunidad después de caer de rodillas para pedirla. ¿Es más culpable un artista que abandona su arte o el arte que abandona al artista? Bueno, cualquier respuesta sería superflua porque el arte no es arte sin el artista y el artista no es artista sin el arte. Cualquier ruptura entre ellos los hace desaparecer. Pero eventualmente se encontrarán a sí mismos y entonces empezarán a existir de nuevo.
Se dice que todo el mundo sueña con convertirse en artista. ¿Por qué algunos dejan de ser artistas y otros continúan soñando con ser unos?
